El rubor parece estar asociado a la actividad del cerebelo y las áreas visuales del cerebro y, sorprendentemente, no tanto a las áreas normalmente implicadas en la comprensión de nuestros pensamientos y los de los demás.
Muchos saben lo que se siente al ruborizarse. La cara se calienta y enrojece y se experimentan emociones de vergüenza, pudor y orgullo. Charles Darwin llegó a describirlo como “la más extraordinaria y humana de todas las expresiones”. Pero, ¿por qué nos sonrojamos y cuáles son los mecanismos subyacentes?
Aunque el rubor es un fenómeno cotidiano, en realidad se sabe poco sobre sus causas exactas. “El rubor es un fenómeno interesante porque aún no sabemos qué habilidades cognitivas requiere”, explica la psicóloga del desarrollo Milica Nikolic. “Hay una idea en psicología que se remonta a Darwin, quien dijo que el rubor se produce cuando pensamos en lo que los demás piensan de nosotros, lo que implica habilidades cognitivas relativamente complejas”.
Resonancias magnéticas
Los investigadores estudiaron el rubor utilizando resonancias magnéticas para observar las regiones cerebrales activadas, al tiempo que registraban la temperatura de las mejillas, un indicador del rubor. Las participantes en el estudio eran chicas adolescentes, ya que este grupo suele estar muy preocupado por lo que los demás piensan de ellas. “Se sabe que el rubor aumenta durante esta etapa de la vida, puesto que los adolescentes son muy sensibles a las opiniones de los demás, pueden temer el rechazo o no quieren dejar una impresión equivocada”, explica Nikolic.
¿Sabías que las gallinas también pueden sonrojarse? La cara de las gallinas se pone más roja cuando experimentan ciertas emociones, según han descubierto unos investigadores tras observar a gallinas jóvenes en situaciones agradables o francamente terribles.
Experimento con el karaoke
Para crear una situación en la que los participantes se sonrojaran en un entorno experimental controlado, los voluntarios visitaron el laboratorio dos veces. En la primera sesión, se les pidió que cantaran canciones difíciles de karaoke. Durante la segunda visita, vieron grabaciones de sí mismos mientras se medía su actividad cerebral y sus respuestas corporales. Para hacerlo aún más difícil, se dijo a los participantes que sus grabaciones serían vistas por un público. Además, se les mostraron grabaciones de vídeo de otro participante que había cantado a un nivel similar y de un cantante profesional que se hacía pasar por un tercer participante.
Los investigadores observaron que las mejillas de los participantes se calentaban significativamente y se coloreaban de rojo cuando se veían cantar a sí mismos en comparación con cuando veían cantar a otros. Algo que quizá no sea tan sorprendente. Lo que sí lo es, sin embargo, es que los investigadores estudiaron las regiones cerebrales correspondientes. Descubrieron que el rubor se asocia con una mayor actividad en el cerebelo, una región del cerebro normalmente conocida por su papel en el movimiento y la coordinación. “Recientemente, hay muchas investigaciones que sugieren que el cerebelo interviene en el procesamiento emocional”, añade Nikolic. Además, el estudio mostró un aumento de la actividad en las regiones visuales del cerebro, lo que indica que los vídeos del propio canto de los participantes captaban su atención.
Autoconciencia
Sorprendentemente, no se observó actividad en áreas del cerebro normalmente asociadas a la comprensión de los estados mentales propios o ajenos. Esto sugiere que el rubor se debe principalmente a una mayor conciencia de uno mismo y a la idea de ser visto o expuesto, más que a una evaluación consciente de lo que los demás piensan de nosotros. “Basándonos en esto, concluimos que pensar en los pensamientos de los demás no es necesario para ruborizarse”, afirma Nikolic. “Sonrojarse puede formar parte de la excitación automática que se produce al exponerse a este tipo de situaciones”.
Un paso adelante
La investigación supone un importante paso adelante en nuestra comprensión del complejo fenómeno del rubor. Los resultados sugieren que el rubor puede ser una respuesta automática a situaciones en las que uno se juzga a sí mismo o se expone al posible juicio de los demás. “El siguiente paso sería estudiar el rubor en circunstancias diferentes, o quizá incluso investigar el fenómeno en niños más pequeños, antes de que hayan desarrollado las capacidades cognitivas necesarias para pensar en los pensamientos de los demás”, afirma Nikolic.
Estos hallazgos, publicados en la revista Proceedings of the Royal Society B, no solo contribuyen a nuestra comprensión de las emociones humanas, sino que también pueden ayudar a desarrollar enfoques más eficaces para el tratamiento de los trastornos de ansiedad social y afecciones similares relacionadas con el rubor. “El rubor en sí es muy interesante porque es universal”, señala Nikolic. “Incluso hay personas que desarrollan una fobia a ruborizarse, por ejemplo las que padecen un trastorno de ansiedad social. Cuando comprendamos los mecanismos del rubor, podremos abordar mejor el miedo a ruborizarse”. “Además, también es interesante aprender más sobre el rubor en sentido general, ya que ocurre a menudo en nuestra vida cotidiana”.
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