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Cada vez hay más personas que creen tener una enfermedad mental, aunque no estén diagnosticadas
viernes, junio 28, 2024

Cada vez hay más personas que creen tener una enfermedad mental, aunque no estén diagnosticadas

Representación de una persona con una supuesta enfermedad mental

Llamativamente, las personas que se consideran políticamente progresistas se autodiagnostican con relativa frecuencia. 

La demanda de tratamientos para trastornos mentales como la depresión y los trastornos de ansiedad ha aumentado mucho en los últimos años. Especialmente durante los años de la pandemia del coronavirus, cuando aumentó bruscamente el número de niños y adolescentes que luchaban contra la ansiedad y la melancolía. La salud mental también ha recibido más atención en los medios de comunicación en los últimos años, y organizaciones y gobiernos promueven activamente la concienciación, la prevención y el tratamiento. A medida que disminuye el estigma que rodea a las enfermedades mentales, más personas se atreven a buscar ayuda, lo que lógicamente conduce a un aumento del número de solicitudes de ayuda y diagnósticos, es la idea.

Sin embargo, algunos expertos cuestionan la legitimidad de ese aumento. Por ejemplo, la psicóloga británica Lucy Foulkes sostiene que la mayor atención prestada a la salud mental también puede llevar a la gente a percibir los problemas cotidianos como enfermedades mentales. Un fenómeno que ha bautizado como “inflación de prevalencia”. Investigadores australianos pusieron a prueba esta hipótesis.

Autodiagnóstico

Para ello, a partir de una muestra, los investigadores preguntaron a unos 500 adultos estadounidenses si creían padecer un trastorno mental y si habían recibido un diagnóstico de un profesional sanitario. Comprobaron que casi la mitad de ellos creían padecer un trastorno aunque no hubieran recibido oficialmente ese diagnóstico de un profesional sanitario. En primer lugar, se observó que las personas que se habían autodiagnosticado tenían una visión más amplia de lo que constituye una enfermedad mental, en comparación con las que habían recibido un diagnóstico profesional. Además, se descubrió que los jóvenes y las personas políticamente progresistas eran más propensos a tener una visión más amplia de la enfermedad mental y, por tanto, se autodiagnosticaban más.

Definición amplia

Según los investigadores, esta conexión es preocupante. De hecho, una definición demasiado amplia de la enfermedad mental puede hacer que los problemas cotidianos se etiqueten innecesariamente como anormales y preocupantes. “Las personas que definen las angustias de forma más restringida como trastornos tienen más probabilidades de identificarse a sí mismas como portadoras de un trastorno mental”, afirman los investigadores Jesse Tse y Nick Haslam. Además de suponer un coste asistencial innecesario, esto también puede llevar a la gente a creer que sus problemas están inextricablemente ligados a quiénes son, en lugar de reconocer que determinadas situaciones pueden ser estresantes. Esto no solo encarece y hace ineficaz la ayuda para las dolencias cotidianas, sino que, según Tse y Haslam, puede incluso hacer que la ayuda a las personas con dolencias leves sea contraproducente.

Según los investigadores, la mayor atención prestada a la salud mental tiene ventajas e inconvenientes. “Por un lado, es importante normalizar las enfermedades mentales y luchar contra el estigma. Al mismo tiempo, debemos tener cuidado de no patologizar innecesariamente los problemas cotidianos mediante el uso excesivo de conceptos diagnósticos y del ‘lenguaje terapéutico’ a través de los medios de comunicación tradicionales y sociales”.

Más problemas de salud mental en la Gen-Z

El hecho de que el aumento de los problemas de salud mental sea mayor entre los jóvenes también tiene otra razón, piensa Gabriel Rubin, profesor de la Universidad Estatal de Montclair. Actualmente, está investigando la salud mental de la “Generación Z” y ya ha compartido algunas de sus conclusiones. Su teoría: la Gen-Z ve y experimenta los riesgos de la vida de forma diferente. “Las preocupaciones básicas son muy reales”, subraya Rubin. Según él, la Generación Z tiene una visión distorsionada de los riesgos, que no siempre coincide con la realidad. “Ven el riesgo como una cuestión de blanco y negro, en la que algo es completamente seguro o completamente peligroso. Como resultado, no pueden manejar bien los matices e incertidumbres que conllevan muchos riesgos. También basan su evaluación del riesgo más en las emociones y la intuición que en los hechos y las pruebas”.

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