La tecnología informática ha cambiado por completo nuestro mundo. Sin la potencia de cálculo de los ordenadores, por ejemplo, Internet, la cartografía del genoma humano, los nuevos tratamientos contra el cáncer o la resolución de muchos misterios astronómicos no habrían sido posibles. Pero su progresivo desarrollo también tiene un lado negativo.
La huella ecológica del sector de las TIC es cada vez mayor. Se calcula que en 2020 las TIC serán responsables de entre el 1,8 % y el 2,8 % de los gases de efecto invernadero del planeta. Esta cifra es superior a la del conjunto del sector de la aviación (1,9 %). No solo el gigantesco consumo de electricidad y la producción de ordenadores son malos para el medio ambiente, el consumo de agua de los innumerables centros de datos también se está convirtiendo en un problema cada vez mayor.
Esto debe y puede cambiar, argumenta un grupo de científicos de Cambridge en Nature. Creen que la comunidad científica debe actuar de inmediato para evitar que el crecimiento incontrolado de la tecnología informática y sus emisiones de CO₂ empujen aún más al medio ambiente hacia el abismo.
Curva de crecimiento exponencial
La propia ciencia también está haciendo un gran uso de la IA, la ciencia de datos y los algoritmos para llevar a cabo investigaciones. “La mayoría de la gente (dentro y fuera de la ciencia) conoce bien los peligros y el impacto medioambiental de los llamados ‘laboratorios húmedos’, donde se realizan investigaciones experimentales con diferentes tipos de sustancias químicas. Pero el impacto de los algoritmos está menos claro y, por tanto, a menudo se subestima. El uso de la inteligencia artificial y la ciencia de datos se encuentra en una curva de crecimiento sin precedentes”.
“Aunque los nuevos centros de datos son cada vez más eficientes desde el punto de vista energético, si no hacemos algo al respecto ahora, la huella ecológica de este sector va a estar totalmente fuera de control en los próximos años”, afirma el profesor Michael Inouye. Por eso, él y su equipo redactaron el manual GREENER, que permite a los informáticos hacer su trabajo de forma más sostenible, sin comprometer sus resultados. Las personas y el medio ambiente salen beneficiados, explican en su estudio.
Educación, investigación y aumento de la eficiencia
Los investigadores insisten en el papel tanto del individuo como de la organización a la hora de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de las TIC. Formación, transparencia, sensibilización y eficacia son las palabras clave. Los informáticos deben recibir formación continua para detectar y reducir la huella de carbono que genera su investigación. Las organizaciones pueden pedir una estimación del carbono de cada proyecto cuando los investigadores soliciten subvenciones. La idea es que, mediante el seguimiento y la estimación de las emisiones, salgan a la luz las ineficiencias y las oportunidades de mejora.
En la actualidad, los académicos siguen pensando en su mayoría que pueden utilizar los servidores de la universidad de forma ilimitada y gratuita. Por ello, es importante que los universitarios calculen la huella de carbono de sus tareas informáticas. De este modo, averiguan los verdaderos costes medioambientales.
La ubicación de los servidores también influye mucho en el impacto ambiental. Por ejemplo, la intensidad de carbono por kilovatio-hora generado es hasta 7700 veces mayor en Australia que en Islandia. Otro dato a tener en cuenta es que el 72 % de la huella energética del streaming de un vídeo en línea procede del ordenador portátil, mientras que el 23 % proviene de la transmisión y el centro de datos es responsable de solo el 5 % de toda la energía. Almacenar un terabyte de datos, incluida la amortización, cuesta unos 10 kilogramos de CO₂ al año. Los lenguajes de programación Python y R son los más utilizados por los informáticos, pero figuran entre los menos eficientes desde el punto de vista energético. También en ellos hay margen para mejorar la eficiencia.
Es necesario un cambio cultural
“Los informáticos tienen la oportunidad de estar a la vanguardia de la lucha por la sostenibilidad, pero esto solo puede ocurrir si se produce un cambio cultural. Hace falta más transparencia, más concienciación, mejor formación, más presupuesto y espacio para nuevas políticas”, explica el investigador Loïc Lannelongue. “La colaboración, una cultura científica abierta y el acceso compartido a instalaciones informáticas sostenibles son factores cruciales para que este plan funcione. Tenemos que garantizar que las soluciones sostenibles beneficien a todos, incluidas las poblaciones de los países más pobres que siguen siendo las más afectadas por el cambio climático”.
Inouye añade: “Todo el mundo en este campo, desde los financiadores, las revistas y las universidades hasta los científicos a título individual, tiene un papel importante que desempeñar en esta transición. Cada persona y cada organización pueden tener un impacto positivo. Tenemos una gran oportunidad de provocar el cambio, pero el tiempo corre”.
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