Los veranos de tu juventud parecían eternos, mientras que ahora, sin darte cuenta, eres un año más viejo. No es de extrañar: los niños y los adultos viven el tiempo de forma muy distinta.
Investigadores de la Universidad Eötvös Loránd de Hungría realizaron un experimento para averiguar por qué y cómo cambia nuestra percepción del tiempo con la edad. Para ello, analizaron el grado de agitación, o “cuánto está ocurriendo”, y su impacto en la percepción del tiempo. Los participantes se dividieron en tres categorías de edad: 4 y 5 años, 9 y 10 años y 18 años y más. A todos se les mostraron dos vídeos de 1 minuto cada uno. Eran clips de una popular serie de animación, que se parecían salvo en un aspecto: lo mucho que ocurría.
El experimento
En un vídeo, los acontecimientos se sucedían rápidamente: un policía rescataba animales y detenía a un ladrón. El otro vídeo era mucho más aburrido: seis presos escapados en un bote de remos. A la mitad se le mostró primero el vídeo emocionante, mientras que la otra mitad vio primero el metraje más aburrido. A continuación, se plantearon a los participantes solo dos preguntas sencillas: ¿Qué vídeo era más largo? ¿Y puedes mostrar con tus brazos extendiéndolos lo largo que era el vídeo? Preguntas que hasta un niño de 4 años puede entender.
Los investigadores no habían visto venir los resultados: más de dos tercios del grupo de los más jóvenes pensaban que el vídeo emocionante era más largo, mientras que tres cuartas partes de los adultos pensaban que el vídeo aburrido era el más largo. El grupo intermedio, aunque en menor medida, creía lo mismo que los adultos. El punto de inflexión se produjo en torno a los 7 años de edad. ¿De dónde viene este cambio repentino?
Algunas reglas generales
Los investigadores aportan el concepto de heurística para explicar las cosas. Son una especie de reglas empíricas que utilizamos para tomar un atajo mental que nos ayuda a tomar decisiones rápidas. Las empleamos, por ejemplo, para poder decir algo sobre cuánto dura aproximadamente un acontecimiento, ya que el cerebro no tiene un reloj interno fiable ni un buen sentido del tiempo, del mismo modo que sí tenemos sentido de las distancias o del tono, por ejemplo.
Una aproximación es algo que podemos usar para estimar el valor desconocido de otra cosa. Para la duración, por ejemplo, podría ser: ¿Qué vídeo puedo contar más? Si el primer vídeo está lleno de acción, puedo contar mucho más sobre él, piensa un niño de 5 años, mientras que el otro vídeo se puede resumir con una sola palabra, “remar”. El vídeo, lleno de acción, contiene tres escenas que podrían contar una historia completa. En cambio, el vídeo aburrido no tenía ningún argumento. Esta diferencia puede denominarse heurística de la representatividad: las personas estiman la probabilidad, o en este caso la duración, de un acontecimiento basándose en un ejemplo típico del mismo. El vídeo emocionante era más un ejemplo de historia que el vídeo aburrido. Así, asumiendo el heurístico de la representatividad, los niños más pequeños creen que el vídeo emocionante duró más.
El interruptor
Pero si esta forma de determinar el tiempo funciona bien, ¿por qué cambiamos a los 7 años? Los investigadores creen que es entonces cuando pasamos a una heurística diferente, la heurística del muestreo. Entre los 6 y los 10 años, los niños aprenden el concepto de “tiempo absoluto”. En otras palabras, aprenden a mirar el reloj y así el tiempo deja de ser algo instintivo para convertirse en algo independiente de lo que ocurre. Tomamos conciencia de que nuestra experiencia subjetiva del tiempo cambia y es una ilusión.
Podemos controlar el paso del tiempo mirando con frecuencia el reloj. Cuanto más observamos el tiempo, más precisa se vuelve nuestra estimación. Pero si necesitamos nuestra atención para otra cosa y no tenemos ni idea de qué hora es, el tiempo puede pasar deprisa de repente. En cambio, el tiempo puede deslizarse, por ejemplo, cuando esperamos a que alguien llegue tarde.
Reuniones aburridas
A la luz de la heurística mencionada anteriormente, es interesante ver cómo estimamos el tiempo absoluto cuando vemos un vídeo emocionante frente a uno aburrido. Cuando vemos la emocionante película, nuestros cerebros están completamente absortos en la historia. Como los acontecimientos se suceden con tanta rapidez, no tenemos tiempo para pensar en otra cosa, como nuestro trabajo o una lista de tareas pendientes.
Al ver una película aburrida, en cambio, podemos consultar el reloj o pensar en lo que podríamos haber estado haciendo en ese momento, y todas estas distracciones hacen que podamos calcular mejor el tiempo absoluto. Así, los dos tipos de heurística explican el extraño cambio a los 7 años: de pequeños, la película emocionante nos parece más larga, pero a medida que crecemos tomamos conciencia del tiempo real y la película monótona nos parece más larga. Y por desgracia: el resultado es que durante el resto de nuestras vidas tenemos la sensación de que esas aburridas reuniones se alargan miserablemente, cuando en realidad no
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